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SALOMÓN SUCEDE A DAVID

LA CONSTRUCCIÓN DEL TEMPLO

¿Por qué Dios no le permitió a David construir el Templo?

Uno de los sucesos que para mí son de los más extraños en las Escrituras es el por qué no le permitió Dios a David construir una casa para Él, un Templo donde reposara el Arca del Pacto. El suceso se relata en 1 de Crónicas 28.1-7:

 

"Reunió David en Jerusalén a todos los principales de Israel, los jefes de las tribus, los jefes de las divisiones que servían al rey, los jefes de millares y de centenas, los administradores de toda la hacienda y posesión del rey y de sus hijos, y los oficiales y los más poderosos y valientes de sus hombres. Y levantándose el rey David, puesto en pie dijo: Oídme, hermanos míos, y pueblo mío. Yo tenía el propósito de edificar una casa en la cual reposara el arca del pacto de Jehová, y para el estrado de los pies de nuestro Dios; y había ya preparado todo para edificar. Mas Dios me dijo: Tú no edificarás casa a mi nombre, porque eres hombre de guerra, y has derramado mucha sangre. Pero Jehová el Dios de Israel me eligió de toda la casa de mi padre, para que perpetuamente fuese rey sobre Israel; porque a Judá escogió por caudillo, y de la casa de Judá a la familia de mi padre; y de entre los hijos de mi padre se agradó de mí para ponerme por rey sobre todo Israel. Y de entre todos mis hijos (porque Jehová me ha dado muchos hijos), eligió a mi hijo Salomón para que se siente en el trono del reino de Jehová sobre Israel. Y me ha dicho: Salomón tu hijo, él edificará mi casa y mis atrios; porque a éste he escogido por hijo, y yo le seré a él por padre. Asimismo yo confirmaré su reino para siempre, si él se esforzare a poner por obra mis mandamientos y mis decretos, como en este día."

En este pasaje hay algo que he resaltado porque tiene una importancia clave y le cambia todo el sentido y es que estos dos reyes, David y su hijo Salomón, están dispuestos para ser reyes de Israel para siempre. Sólo uno puede reinar para siempre, y éste es Cristo (Lucas 1.32-33). Por lo que esta cuestión tiene una trascendencia espiritual y hay que verlo con los ojos del Espíritu y a la luz del Nuevo Pacto para poder comprender, en toda su extensión, su significado.

 

Vamos por partes. Primeramente está David que tuvo el propósito, o sea, la intención y fuerza de voluntad, de querer edificar una casa al Señor. Pero Dios no le permitió construirla, sólo preparar las cosas para que su hijo realizara la obra, ya que fue un hombre de guerra y derramó mucha sangre.

 

Recordemos el pecado de David, que envió a Urías heteo, el que era marido de Betsabé, mujer con la que cometió adulterio, a lo más recio del frente de batalla, con intención de que fuera muerto en esa acción, para así poderse casar con su mujer (2 de Samuel 11). David con esa acción derramó sangre inocente. Además de esto, desde que aparece en la acción bíblica, está rodeado de acciones bélicas, comenzando con la derrota que le infligió a Goliat, además del resto de guerras en las que tomó parte.

 

Dios aborrece el derramamiento de sangre inocente: "Seis cosas aborrece Jehová, Y aun siete abomina su alma: Los ojos altivos, la lengua mentirosa, Las manos derramadoras de sangre inocente" (Proverbios 6.16-17).

 

El que realiza tal acción, tal pecado, su paga es la muerte: "El hombre cargado de la sangre de alguno. Huirá hasta el sepulcro, y nadie le detendrá." (Proverbios 28.17).

 

Sin embargo, David se arrepintió de corazón y clamó a Dios, pero recibió castigo y reprensión, pues en el fruto de esa infidelidad, en ese niño que les nació, Dios no le concedió vida (1 de Samuel 12). Ese es espiritualmente el fruto del pecado, el cual conlleva muerte. Por más que la mente nos persuada de que ese es el camino, éste nos separa y nos enemista con Él.

 

Pero Dios le proporcionó una bendición posterior, fruto de su arrepentimiento y cambio: "Y consoló David a Betsabé su mujer, y llegándose a ella durmió con ella; y ella le dio a luz un hijo, y llamó su nombre Salomón, al cual amó Jehová, y envió un mensaje por medio de Natán profeta; así llamó su nombre Jedidías, a causa de Jehová." (2 Samuel 12:24-25). Jedidías significa "Amado de Jehová". Asimismo Salomón significa "Pacífico", ya que incluye la raíz de la conocida palabra hebrea Shalom, que significa "Paz". Más adelante analizaremos esto con detenimiento.

 

Pero centrándonos ahora en lo referente al derramamiento de sangre; hay otro pasaje muy interesante al respecto: “Cuando extendáis vuestras manos, yo esconderé de vosotros mis ojos; asimismo cuando multipliquéis la oración, yo no oiré; llenas están de sangre vuestras manos. Lavaos y limpiaos; quitad la iniquidad de vuestras obras de delante de mis ojos; dejad de hacer lo malo” (Isaías 1.15-16)

 

Iguala claramente el Señor “hacer lo malo” a “llenar de sangre nuestras manos”, o sea, a pecar.

 

Un caso que retrata claramente lo que supone el derramar la sangre inocente fue la actuación de Judas Iscariote cuanto entregó a Jesús: 

       

diciendo: Yo he pecado entregando sangre inocente. Mas ellos dijeron: ¿Qué nos importa a nosotros? !!Allá tú! Y arrojando las piezas de plata en el templo, salió, y fue y se ahorcó. Los principales sacerdotes, tomando las piezas de plata, dijeron: No es lícito echarlas en el tesoro de las ofrendas, porque es precio de sangre. Y después de consultar, compraron con ellas el campo del alfarero, para sepultura de los extranjeros. Por lo cual aquel campo se llama hasta el día de hoy: Campo de sangre.” (Mateo 27.4-8)

 

Vimos en el mandato de Dios del que habla el pasaje de Isaías capítulo 15, que para librarnos de esa sangre, nos llama al arrepentimiento, a lavarnos y limpiarnos de ese derramamiento de sangre espiritual, que ha manchado nuestra vida, o sea, al pecado, para empezar a hacer lo que le agrada al Señor. Nosotros, como Judas hemos entregado al Señor en muchas ocasiones, rechazando Su acción redentora y haciendo caso a los engaños de Satanás, que nos incitan a pecar. La decisión es nuestra. Pero para librarnos de la maldición que conlleva el derramar la sangre inocente, debemos luchar contra el Enemigo y buscar esos frutos de Paz en lo que existe promesa, como vimos cuando hablamos de Salomón.

 

¿Cómo lo hacemos?

 

Tenemos que darnos cuenta que no podemos hacer nada por nosotros mismos, por más que queramos la mancha de sangre, la consecuencia del pecar, seguirá ahí. “Aunque te laves con lejía, y amontones jabón sobre ti, la mancha de tu pecado permanecerá aún delante de mí, dijo Jehová el Señor.” (Jeremías 2.22)

 

Es por recibir el mensaje de Salvación que nos ofrece Jesús, por escuchar con Fe, por donde comienza todo. Así lo dice Romanos 10.17: “Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios.”.

 

Lo primero que nos pide Dios es que abramos las puertas al cambio y a un arrepentimiento de nuestra pasada forma de actuar y de pensar, a preparar el camino para el Señor, o sea, a hacer lo que primeramente nos marcó Dios en Su Palabra, seguir al mensajero puesto antes que Cristo: Juan el Bautista. “Porque éste es de quien está escrito: He aquí, yo envío mi mensajero delante de tu faz, El cual preparará tu camino delante de ti.” (Mateo 11.10)

 

Juan el Bautista representa el arrepentimiento sincero, el Bautismo de agua, el de arrepentimiento de nuestros pecados (Marcos 1.4), un cambio de mente, un cambio de convicción y de proyección de nuestros pensamientos y hechos. Ese cambio supone romper con la antigua forma de pensar y de actuar, precedida de una súplica de perdón. Este nuevo discurrir, espiritualmente, expresa un choque violento, una victoria y, donde hay victoria, antes hubo lucha y violencia. “Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el reino de los cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan.” (Mateo 11.12). Nosotros hemos tomado la Espada de la Palabra de Dios y, si se toma una espada es para luchar, para arrebatar la victoria a quien nos tenía engañados, para entrar a formar parte de un ejército del cual antes no formábamos parte porque no teníamos las armas, ni el adiestramiento, ni las fuerzas, ni la decisión de unirnos a él.

 

Pero este es, como hemos visto, el paso previo, la preparación para recibir el perdón de nuestros pecados. David hizo toda la preparación del material para la construcción del Templo, según podemos leer en 1 de Crónicas 29. David dice que lo que hizo “con todas sus fuerzas” (vers. 2), como así debe ser nuestro arrepentimiento y convicción de cambio, con todas nuestras fuerzas y empeño.

 

No basta sólo con ello, no hay victoria completa por sólo arrepentirnos: “Este es Jesucristo, que vino mediante agua y sangre; no mediante agua solamente, sino mediante agua y sangre.” (1 de Juan 5.6). Es necesario agua y sangre, Arrepentimiento y… volvemos a la sangre.

 

Ya hemos visto el significado del derramamiento de la sangre inocente. Pero, ¿Qué significa la sangre?. En Deuteronomio 12.23 nos dice claramente que la Sangre es la Vida y también que la vida de la carne es la sangre, así el derramar sangre es sinónimo de matar o morir. Por esta misma regla de tres, el pecar no es otra cosa que eliminar la vida o la posibilidad de tenerla. Así lo dice la primera parte del versículo 6.23 de la carta a los Romanos: “Porque la paga del pecado es muerte”.

 

Pero Dios nos ofrece Esperanza pues, a pesar de que pecamos, de que hemos echado a perder la oportunidad de vida, pues somos imperfectos, a través del comenzar con el arrepentimiento, se abre un camino nuevo hacia la posibilidad de tener vida de nuevo. Él nos anuncia ese hecho definido como un regalo:  Romanos 6.23 (2ª parte) “mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro.

 

Una de las características que definen a Dios es que es Juez: Salmos 7.11 “Dios es juez justo, Y Dios está airado contra el impío todos los días.”. Pero no sólo un juez, sino un Juez Justo, es decir, que aplica la justicia, o sea, que esa se aplica porque hay una ley que cumplir. Esa ley, por causa del pecado, como hemos visto, la hemos incumplido y por esa ley, aunque no lo sepamos, la consecuencia es la muerte.

 

Hay un dicho jurídico que me enseñaron el primer año de mis estudios de leyes y que dice así: el desconocimiento o la ignorancia de la ley no exime de su cumplimiento. Este principio no es moderno, sino que fue instituido por los romanos (Ignorantia juris non excusat). Antes incluso que este pueblo, Dios ya lo había instituido, porque la Ley es para todos. La Ley es perfecta, como lo es quien la instituyó, Dios. Por pecar una sola vez se incumple toda la ley (Santiago 2.10).

 

Así Dios, el Juez, tiene que aplicar la sentencia conforme a la Ley, y tiene que ser justo y, por más que le pese, la consecuencia es la muerte, por consiguiente, aquí también hay un derramamiento de sangre. Isaías 64.2-4: “¿Por qué es rojo tu vestido, y tus ropas como del que ha pisado en lagar? He pisado yo solo el lagar, y de los pueblos nadie había conmigo; los pisé con mi ira, y los hollé con mi furor; y su sangre salpicó mis vestidos, y manché todas mis ropas. Porque el día de la venganza está en mi corazón, y el año de mis redimidos ha llegado”.

 

Nadie puede librarse del juicio, pues este ocurre tras nuestra muerte física: Hebreos 9.27 “Y de la manera que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio”. Y sabemos que hemos pecado y que, por lo tanto, ya sabemos la sentencia que emitirá el Juez.

 

Pero….

 

Pero hay otra sangre, otro derramamiento de sangre del que habíamos hablado antes que ofrecía el cumplimiento de ese camino comenzado con el arrepentimiento, por el cual había venido Jesucristo. Hemos visto que es una dádiva, un regalo divino. ¿Cómo se hace presente esa sangre para vida?

 

Recapitulando. Hemos visto que hay una Ley, un Juez, un reo o ajusticiado (nosotros) y una sentencia. También, aunque no lo haya dicho sabemos que hay un fiscal o acusador. La función de éste es recordarle al Juez que la ley está y hay que cumplirla y, además, este acusador actúa también como testigo de que nosotros hemos pecado. Por otro lado, como hemos hablado antes, también hay una esperanza, un regalo y este viene en forma de abogado defensor. 1 de Juan 2.1 “si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo.

 

Si hay pecado hay muerte, esa es la Ley. Pero Dios nos ofrece una posibilidad de librarnos de ella, sólo una, y es que esa muerte la pague otro por nosotros, que alguien ocupe nuestro lugar. Pero… sí hay otro “pero”; y es que no vale que sea otro pecador, pues ese ya tiene su castigo, sólo cabría en este caso que fuera alguien que sin haber pecado, que hubiera salido indemne del Juico, pagara el castigo. Ese es Cristo, el que se ofrece voluntariamente, para pagar por nosotros la consecuencia de la muerte; entrega Su Vida, Él que es el Justo, pues venció a la muerte, porque no pecó (Hebreos 9.14), carga con nuestra sentencia y se hace injusto, derramando su sangre por mí y por ti.

 

Ese acto es una expresión de excelso Amor incomprensible; nosotros pecamos, le negamos, le fallamos, pero encima Él nos ama. Su Amor es para toda la humanidad (1 Timoteo 2.4) y desea que vengan al conocimiento de este regalo. Por eso vino Jesús al mundo, para reconciliarlos con el Padre, con el Juez, para que les ofreciera salir impunes, sin sentencia condenatoria y, por lo tanto, con VIDA, sin entregar nuestra sangre y tener PAZ con Dios.

 

"Porque como el Padre levanta a los muertos, y les da vida, así también el Hijo a los que quiere da vida. Porque el Padre a nadie juzga, sino que todo el juicio dio al Hijo, para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo, no honra al Padre que le envió." (Juan 5.21-23)

 

Ahora volvemos al motivo que nos llevó hasta aquí, el por qué David no puede construir el Templo, aunque está dispuesto para reinar para siempre, como lo está Cristo. Pero Jesús se hace injusto por nuestra causa y la consecuencia es la muerte. El estado espiritual de muerte conlleva ser apartado de la presencia de Dios. Eso se describe claramente en Mateo 27.46: “Jesús clamó a gran voz, diciendo: Elí, Elí, ¿lama sabactani? Esto es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”. Esto es una situación de abandono; Dios lo mira airado, como si fuera David o uno de nosotros, mejor dicho, a todos nosotros, porque cargó con todos los pecados de todo aquel que quiera recibir ese regalo. Es crucificado, castigo reservado para los criminales más odiados y el castigo más cruel, vergonzoso y humillante para los condenados bajo la ley Romana. Así, carga con el pecado del derramamiento de sangre inocente, por lo que, en esa situación, no puede edificar el Templo.

 

Pero… esto no acaba aquí, sí que hay una construcción el Templo, como vimos. Ahora le toca a Salomón.

 

Jesús escogió voluntariamente entregarse por nosotros. Sin embargo, existe una Ley o Pacto entre el Padre y Él, por la que si esto hacía, podía volver a tomar Su Vida. El precio era la muerte, 3 días recibiendo el castigo eterno (Mateo 12.40). Mas al tercer día podía volver a tomar su rol y vencer para siempre la muerte: “Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre.” (Juan 10.18). Por eso lo Ama el Padre (Juan 10.17); si a nosotros nos ama, cuanto más a Él, el único justo, el que paga el precio sin necesidad de hacerlo.

 

Establece un Nuevo Pacto, porque el otro ha quedado invalidado por causa de nuestro pecado, por incumplir la Ley: “Y tomando la copa, y habiendo dado gracias, les dio, diciendo: Bebed de ella todos; porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados. Y os digo que desde ahora no beberé más de este fruto de la vid, hasta aquel día en que lo beba nuevo con vosotros en el reino de mi Padre.” (Mateo 26.27-29)

 

Nos llama a beber, a tomar, a aceptar ese sacrificio del Santo y Justo, que ahora sí que nos libra del pecado. Vimos que comenzamos con un arrepentimiento y deseo de cambiar nuestra antigua forma de pensar y de actuar. Ahora debemos “beber su sangre”, aceptar Su Voluntad de entrega, pero también de vuelta a recuperar Su Vida por acción del Padre. Él volvió a nacer. Él resucitó de los muertos.

 

Así también vosotros, hermanos míos, habéis muerto a la ley mediante el cuerpo de Cristo, para que seáis de otro, del que resucitó de los muertos, a fin de que llevemos fruto para Dios.” (Romanos 7.4)

 

En nosotros debe haber un cambio radical y total, muriendo en nuestra antigua manera de pensar y de vida: "En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, y renovaos en el espíritu de vuestra mente," (Efesios 4.22-23). 

 

Si se habla de viejo hombre debe de existir otro nuevo, creado y nacido conforme al nuevo orden del Amor, de aceptación del Sacrificio de Cristo y del deseo de hacer todas las cosas nuevas: “y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad” (Efesios 4.24)

 

Dice Jesús en Juan 3.3: “De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios.”. No nos manda a volver al vientre de nuestra madre, sino a despojarnos de hombre pecaminoso, representado en nuestra antigua forma de pensar, para ahora desechando a Satanás, el cual nos tentaba, escoger otro camino abierto por la Sangre de Jesucristo, para tomar de Su Amor y hacer todas las cosas nuevas.

 

Si hemos sido renovados, el nuevo hombre es nacido justo y santo, conforme a la Justicia de Dios y, además, es nacido del Espíritu Santo, que es quien transforma nuestra alma y hace renacer nuestro espíritu para formar una nueva criatura. “Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es.” (Juan 3.6)

 

Es cuando ya estamos en Paz con Dios, cuando somos sus hijos (Juan 1.12), cuando en nuestro nuevo hombre resaltan las cualidades de Salomón, el pacífico y amado por Dios. Hemos recibido paz y Su Amor lo llena todo.

 

Ahora no es que nosotros podamos construir un templo hecho de manos humanas, sino Dios construye o nos convierte en Templo para el Espíritu Santo, un templo espiritual para reinar en victoria sobre la muerte: “¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?” (1 de Corintios 6.19)

Pero…

 

Sí, hay otro “pero” y es la condición que le ofrece Dios a Salomón en el último de los versículos a analizar: 1 Crónicas 28.7 “si él se esforzare a poner por obra mis mandamientos y mis decretos, como en este día.

 

En ese caso Dios confirmará el reino de Salomón para siempre. Nosotros estamos dispuestos también para reinar con Cristo, pues estableció que su Pueblo iba a ser un pueblo de Sacerdotes y Reyes (Apocalipsis 1.6). Pero también está la misma condición para nosotros: 2 de Timoteo 2.12 “Si sufrimos, también reinaremos con él; Si le negáremos, él también nos negará.

Debemos cumplir Su Ley, que es una ley de Amor; Cristo se entregó por amor hacia nosotros, ahora nosotros debemos corresponderle a ese Amor. Pero no sólo un amor hacia Dios sino algo más y es que Él también habita en los que han recibido la Salvación y Su Espíritu está en ellos, por lo que toda la Ley se condiciona a esforzarnos a poner por obra estos mandamientos:Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas.” (Mateo 22.37-40)

 

Pablo en Romanos 13.8 y 10 le da forma: “el que ama al prójimo, ha cumplido la ley… El amor no hace mal al prójimo; así que el cumplimiento de la ley es el amor”.

 

Si el Amor reposa en nosotros, recibimos el cumplimiento de la Promesa o Dádiva de Dios. Y los hechos por los que damos a conocer que cumplimos el Mandamiento de Amor serán si demostramos amor hacia los hermanos. En caso contrario, si hay iras, contiendas, críticas, etc., puede que estemos olvidando el amor con el que hemos sido purificados y la consecuencia es que Dios nos mira como homicidas, y ya sabemos lo que es un homicida, es aquel que ha derramado la “Sangre Inocente”, por lo que para nada nos habría servido el Sacrificio de Cristo si nosotros mismos lo invalidamos: “Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos. El que no ama a su hermano, permanece en muerte. Todo aquel que aborrece a su hermano es homicida; y sabéis que ningún homicida tiene vida eterna permanente en él.” (1 de Juan 3.14-15)

 

Me gustaría finalizar con las palabras del mismo Jesús que dan sentido a todo lo que he querido expresar aquí y lo resumen perfectamente: “Como el Padre me ha amado, así también yo os he amado; permaneced en mi amor.” (Juan 15.9)

 

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De donde ni aun el primer pacto fue instituido sin sangre.” (Hebreos 9.18)

Y casi todo es purificado, según la ley, con sangre; y sin derramamiento de sangre no se hace remisión.” (Hebreos 9.22)

Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?” (1 de Juan 4.20)

"Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios. Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron. Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas." (Apocalipsis 21.3-5)

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